Día 17

Me gusta pasear por el campo. Me gusta andar por un bosque hasta estar lo suficientemente alejado de la estupidez humana y contemplar la naturaleza. Ahí, donde el hombre no ha dejado su huella, puedo descansar. Solo. En silencio.

Este sábado decidí hacerlo. Intenté apartarme de la sociedad. Pensar. Necesito recapacitar. Hago lo que puedo con mis manos para mejorar este mundo, pero no veo el final. Conduje hasta un remoto paraje montañoso. Aparqué el coche y comencé a andar. Anduve varios kilómetros hasta un rincón apartado de todo. No esperaba a nadie allí. Me equivoqué. Llegué hasta el lugar esperado y allí estaba él. Ese maldito inútil con su hijo, pasando un día de campo. Ultrajando uno de los pocos parajes no infectados por vuestra estupidez.

Me mira. Sonríe y saluda. Yo respondo al saludo. Está robando mi espacio, mi vida. Quiero estar allí. Quiero estar solo junto a ese río. Sentado en esas rocas. No quiero oír la voz del niño gritando. Quiero escuchar el agua caer por esa cascada de dos metros de altura. Estoy furioso. El niño se aleja un poco. El padre enseguida le grita para que no se aleje. Tiene miedo de que caiga por la pequeña cascada. El pequeño tendrá unos diez años. Se acerca al borde y, riendo, comienza a orinar. Miro al padre. Se ríe. Niños, me dice. Gilipollas. Niños, digo yo.

Espero sentado sobre las rocas. Dejo pasar el tiempo observando, meditando. Estoy cada vez más desquiciado. Necesito estar allí yo solo. Es mi puto sitio. Gordo de mierda. Espero. El padre se levanta. Creo que va a remojarse los pies en el río. Es el momento. Lo sé. Tengo que hacerlo. Niño, voy a asesinar a tu padre. Me quito la camiseta. La dejo caer en el río. Es perfecto. La corriente la arrastra hasta donde está el gordo. Me levanto y ando rápido hasta ahí. El gordo se gira. Ve la camiseta y me mira. No te preocupes, yo la paro, me dice sonriendo. Se agacha para recogerla. Muchas gracias, cabrón, pienso mientras me abalanzo sobre él. Le empujo. Pierde el equilibrio y cae de espaldas sobre el agua. Me mira asustado. Creo que intenta balbucear algo pero le entra agua en la boca. Cojo una roca redondeada del fondo del río y golpeo su cabeza con todas mis fuerzas. Oigo crujir algún hueso del cráneo. Sigue vivo. Vuelvo a golpear. La sangre me salpica. Golpeo. Golpeo. Siempre en la cabeza. Crujir de huesos. Golpeo. Le miro. No se mueve. Sumerjo su cabeza en el agua y espero. Un minuto. Dos minutos. Está muerto.

El niño ha visto toda la escena. Está a un par de metros de mí. Paralizado. Me acerco a él con la roca en la mano. Es incapaz de correr. Basta un solo golpe. Cae desplomado. Hundo su cabeza en el agua. Me aseguro: está muerto. Empujo los dos cuerpos. Caen por la cascada. Dejo caer la piedra resbalando junto al torrente de agua. Recojo mi camiseta. Ahora podré descansar tranquilo. Me siento junto al río y disfruto de un gran día de campo.