Día 49 (noche)

–Ven aquí. Recoge tus cosas y ven conmigo –dice uno de los guardias, dirigiéndose a mí con cara de pocos amigos. Lo miro.

–¿Dónde vamos? –pregunto. Es tarde. Son casi las ocho. Dentro de poco cerrarán las puertas de las celdas.

–Coge tus cosas y ven conmigo. Te vas de aquí. Joder, ya te lo explicarán más tarde.

Recojo algunas de mis cosas. No tengo casi nada allí dentro. Unos papeles sobre los que he escrito algunas líneas y un bolígrafo. Sigo al guardia. Detrás de mí otro vigilante camina silencioso. Nos dirigimos a la salida del módulo. Prefiero no preguntar nada más.

En una de las salas, cerca de la salida, me espera mi abogado. Me mira con cara sonriente. No comprendo nada de lo que está pasando, aunque, inevitablemente, tengo la extraña sensación de que voy a salir de esta cárcel.

–Enhorabuena. Te van a soltar –dice el abogado estrechando mi mano con firmeza. Permanezco en silencio durante varios segundos.

–¿Cómo? –Pregunto.

–Bueno, tú no eres el culpable de todos esos asesinatos. Eso ya lo sabíamos, ¿verdad?

–Sí, es verdad. Yo no he hecho nada –respondo con cautela. Ambos permanecemos en silencio otro rato. El abogado me mira a los ojos.

–Mira tío, yo no te creo. Pero me da igual. Este es mi trabajo. Te vas de aquí.

–¿Por qué me sueltan?

–El asesino se ha entregado esta misma mañana. Un tipo, de unos cincuenta años, se ha entregado en una comisaría de policía del distrito centro. Ha confesado ser el autor de todos los asesinatos. Joder, si hasta ha confesado el asesinato de un padre con su hijo en la sierra, junto a un río. Aquello se cerró como un accidente.

Permanezco en silencio. Caminamos hacia el mostrador de salida. Un tipo con uniforme me hace firmar unos papeles y me devuelve mis objetos personales. El móvil, mi cartera y algo de dinero. Fantástico. Está todo. Salimos. Seguimos en silencio. Una vez fuera el abogado se dirige a mí.

–Por supuesto, el tipo ha confesado delante del juez. Entonces me llamaron a mí. Todos los detalles de los asesinatos coincidían con los informes forenses. Una de dos, o ese tío es el asesino, o sabía detalles que no se publicaron en la prensa.

–¿Por qué se ha entregado?

–Yo qué sé. Está loco. Como una puta chota. Bueno. Te llamaré. Tendrás que rellenar algo de papeleo. Te mantendré informado. ¿Te acerco a algún sitio?

Durante el camino de vuelta no he sido capaz de abrir la boca ni un instante. Intento imaginar qué clase de locura puede llevar a un hombre a confesar esos asesinatos. Sobre todo siendo inocente.